sábado, 1 de septiembre de 2012

Proteccionismo de pandereta


“Vaya ejemplo estamos dando a nuestros hijos”

Un niño es un ser humano que aún no ha se ha desarrollado (física y psicológicamente) lo suficiente. Esta trivialidad a veces se nos olvida. Un niño no es una tabula rasa que incorpora todo lo que vive en su ser y es incapaz de procesarlo a posteriori. Al igual que un científico es un ser humano que es capaz de interiorizar la mecánica de Newton y posteriormente sustituirla por la mecánica de Einstein, sin que esto le suponga un trauma de dimensiones catastróficas, un niño es un ser humano que puede interiorizar un comportamiento adquirido por observación y moldearlo a partir de otras entradas a lo largo de su aprendizaje, e incluso anularlo. Un niño es un ser humano, tiene el cerebro de un ser humano y funciona como un ser humano. 
Así que, como cualquier otro individuo, un niño no es un recipiente de acumulación de conocimiento sin procesar que está expuesto a un mundo de maldades, negruzcas influencias o nefastas agresiones morales que pueden marcar su comportamiento futuro inexorablemente. Tú mismo que lees has sido niño. Y no eres una masa informe sin fundamento por culpa de todo ese influjo negativo. Así que es hora de hablar claro: basta de proteccionismo de pandereta.

Hoy en día está de moda mirar con lupa cualquier producto de cualquier tipo que acabe llegando a los niños, o, en términos legales, a los menores: que si las películas de dibujos animados de la factoría Disney son machistas y xenófobas  -a veces las teorías y argumentos que respaldan estas tesis rondan lo absurdo- que si los deportistas dan mal ejemplo a los chavales con sus declaraciones o su juego antideportivo, que si la programación televisiva no transmite valores adecuados… Si el responsable (o los responsables) del niño lo considera oportuno, ya le dirá que el rol de la mujer en una determinada película está caricaturizado o es un recurso para generar dramatismo, que pegar una patada al contrario o meterle el dedo en el ojo está mal o que Sálvame es telebasura. Los responsables, no una tribu ingente de sociólogos sin título, psicólogos de aspiración y expertos en moralismo gratuito que pretendan encerrar al niño en una burbuja para protegerlo, atacando al “origen del mal”: las fuentes. Les recuerdo a todos estos colectivos que la misión de los directivos de la factoría Disney es generar dinero para dar de comer a sus empleados y producir espectáculo para satisfacer las aspiraciones e inquietudes personales de los mismos, la de los futbolistas es ganar el partido y crear una marca potente que les enriquezca y la de los dueños de las cadenas de televisión, cubrir la demanda existente y rentabilizar al máximo sus recursos. Nos guste o no, todos estos elementos buscan intrínsecamente su beneficio, por definición prácticamente. La educación, no nos equivoquemos, no les pertenece. La educación en el ámbito privado es responsabilidad de los padres o tutores legales del niño. Por algo ellos son, precisamente, los responsables
Y todo esto cabe porque el aprendizaje del niño es flexible: por un lado, si el responsable considera que el niño ha tenido una influencia negativa, es su misión educarlo para que moldee sus primeras impresiones. Si se siente incapaz de hacerlo -o en realidad, si le da la real gana-, entonces el responsable puede básicamente evitar que el niño se vea expuesto a esas influencias. Porque para ello tiene medios legales para hacerlo (y sobre ello volveremos luego). 
Y un último apunte, la educación y los valores que los responsables transmitan al niño, no serán los dictados por ninguna masa social con voz y moral, sino por los propios responsables, siempre que se garanticen unos mínimos de civismo que no hagan imposible la vida en sociedad y se respeten los derechos fundamentales. No es relativismo de postal, es sentido común. Un responsable es libre de transmitir al niño que las mujeres son un objeto de deseo, que pegar patadas al rival demuestra tu fuerza y carácter o que el secreto para el éxito es que te seleccionen para participar en un reality show, aunque a muchos nos parezca repugnante. ¿Alguien se imagina que se dicten normas morales para que los responsables transmitan a los niños adecuadamente? ¿Dónde estaría el límite? Cada responsable tiene por misión tratar de educar al niño como buenamente pueda y crea conveniente. El límite, el único que existe, lo marca el estado de Derecho que se refleja en el marco jurídico en el que estemos.

Todas estas reflexiones no son gratuitas. Aunque a muchos se les olvide, están amparadas en la ley. Hasta la mayoría de edad -límite establecido, por convenio, que distingue a un niño, un menor en términos jurídicos, de un adulto- la ley nos dice que los niños son responsabilidad de su padre o de su tutor legal. Por mucho que lea los textos que rigen el estado de Derecho, en ninguna parte he visto que los niños son responsabilidad de la factoría Disney, Mourinho o Telecinco. Como mucho, los responsables delegan parte de su educación en un centro educativo de confianza, en lo que constituye, en primera instancia, una decisión de los responsables y ya en segunda instancia, del centro en cómo les educa. Las únicas restricciones, los límites legales a la educación, los marcan, como ya hemos dicho, principios del estado de Derecho como el civismo y los derechos fundamentales (los responsables no pueden enseñar a los niños a violar o a matar a compañeros) y algunos principios, de índole más socialista, ampliamente aceptados, como la igualdad de oportunidades (los responsables se ven obligados a garantizarles una enseñanza obligatoria). 
En cualquier caso, la figura del responsable, que en términos jurídicos es lo que se denomina patria potestad, puede ser llevada a juicio por incumplir sus deberes como ciudadano (en este caso, sus deberes como responsable o tutor legal) y esto ya dependerá del marco jurídico en el que se le juzgue. Pero en ningún caso puede pasar que la responsabilidad recaiga en una empresa cinematográfica, unos profesionales deportivos o los propietarios de una cadena de televisión, por ejemplo.

Ya tenemos la idea y su incrustación en el Estado de Derecho, nos falta un aporte científico que termine de confirmar que toda esta exposición no son habladurías. Esto es, que el mal en la evolución de un niño, en su aprendizaje, no le viene de películas de dibujos animados con un mensaje podrido, deportistas irrespetuosos o dirigentes frívolos e inconscientes. El mal, la mayoría de las veces viene de una coyuntura familiar problemática. Y esto desemboca en la pérdida de la retroalimentación que moldea las ideas que llegan a los niños. Padres que debido al exceso de horas de trabajo no pueden controlar las películas de animación que ven sus hijos y el mensaje que ellos perciben, conflictos serios de ámbito familiar (enfrentamientos en familias desestructuradas, violencia de género…) que pueden servir para normalizar la violencia física o psicológica que se ve en el deporte o inestabilidad familiar que confunda al niño y le haga pensar que lo que ve en la televisión no es espectáculo, sino tan real como la rocambolesca situación en la que se encuentra. 
Pero vayamos a los datos: Wells & Rankin (1991) presentan los coeficientes de correlación entre familia disociada y delincuencia de 44 investigaciones. Los resultados de varios estudios denotan que la tasa de prevalencia de la delincuencia de hijos en las familias disociadas es superior en un 15% a la de las familias intactas [http://criminet.ugr.es/recpc/05/recpc05-08.pdf, pag 8]. En este mismo documento, de muy recomendable lectura, aparece la gráfica siguiente, que representa la prevalencia vida de la delincuencia en Suiza a principios de los años noventa:


Familias disociadas e intactas y prevalencia vida de la delincuencia

No significa que una familia disociada sea un factor de riesgo para la delincuencia, sino que, en familias disociadas, es más probable que hayan surgido conflictos que dificulten la educación del menor. Animo a cualquier persona a encontrar datos semejantes que pongan en evidencia la incidencia del “intolerable peligro” de las influencias en nuestros desguarnecidos niños, de cómo el sexismo o racismo de las películas de la factoría Disney desembocan en adultos problemáticos, la afición a los deportes profesionales (como aficionado o como deportista) está correlacionado con la violencia o cómo el telespectador de Telecinco acostumbra a delinquir en su tiempo libre. Pero que esos estudios estén libres y no tengan sesgo respecto de las causas reales que tienen influencia en la educación de los niños. No los encontraréis.


Por mi parte puedo decir que soy un fan incondicional de las películas de Disney, soy ferviente seguidor del Real Madrid de Mourinho y Pepe e incluso me he comido algunos Gran Hermano. Y sin ánimo de ser soberbio, no soy machista ni racista en absoluto, me horroriza la violencia y mi objetivo en la vida no es ganar un reality show. Se le llama espíritu crítico, que he adquirido gracias a mi entorno, a mi educación. Porque he sido un niño. Y cuando lo fui, no existía el proteccionismo de pandereta.