“Vaya ejemplo estamos dando a
nuestros hijos”
Un niño es un
ser humano que aún no ha se ha desarrollado (física y psicológicamente) lo
suficiente. Esta trivialidad a veces se nos olvida. Un niño no es una tabula rasa que incorpora todo lo que
vive en su ser y es incapaz de procesarlo a posteriori. Al igual que un
científico es un ser humano que es capaz de interiorizar la mecánica de Newton
y posteriormente sustituirla por la mecánica de Einstein, sin que esto le suponga
un trauma de dimensiones catastróficas, un niño es un ser humano que puede
interiorizar un comportamiento adquirido por observación y moldearlo a partir
de otras entradas a lo largo de su aprendizaje, e incluso anularlo. Un niño es
un ser humano, tiene el cerebro de un ser humano y funciona como un ser humano.
Así que, como cualquier otro individuo, un niño no es un recipiente de
acumulación de conocimiento sin procesar que está expuesto a un mundo de
maldades, negruzcas influencias o nefastas agresiones morales que pueden marcar
su comportamiento futuro inexorablemente. Tú mismo que lees has sido niño. Y no
eres una masa informe sin fundamento por culpa de todo ese influjo negativo.
Así que es hora de hablar claro: basta
de proteccionismo de pandereta.
Hoy en día
está de moda mirar con lupa cualquier producto de cualquier tipo que acabe
llegando a los niños, o, en términos legales, a los menores: que si las
películas de dibujos animados de la factoría
Disney son machistas y xenófobas -a
veces las teorías y argumentos que respaldan estas tesis rondan lo absurdo- que
si los deportistas dan mal ejemplo a los chavales con sus declaraciones o su
juego antideportivo, que si la programación televisiva no transmite valores
adecuados… Si el responsable (o los responsables) del niño lo considera
oportuno, ya le dirá que el rol de la mujer en una determinada película está
caricaturizado o es un recurso para generar dramatismo, que pegar una patada al
contrario o meterle el dedo en el ojo está mal o que Sálvame es telebasura. Los
responsables, no una tribu ingente de sociólogos sin título, psicólogos de
aspiración y expertos en moralismo gratuito que pretendan encerrar al niño en
una burbuja para protegerlo, atacando al “origen
del mal”: las fuentes. Les recuerdo a todos estos colectivos que la misión
de los directivos de la factoría Disney
es generar dinero para dar de comer a sus empleados y producir espectáculo para
satisfacer las aspiraciones e inquietudes personales de los mismos, la de los
futbolistas es ganar el partido y crear una marca potente que les enriquezca y
la de los dueños de las cadenas de televisión, cubrir la demanda existente y
rentabilizar al máximo sus recursos. Nos guste o no, todos estos elementos
buscan intrínsecamente su beneficio, por definición prácticamente. La
educación, no nos equivoquemos, no les pertenece. La educación en el ámbito
privado es responsabilidad de los
padres o tutores legales del niño. Por algo ellos son, precisamente, los responsables.
Y todo esto cabe porque
el aprendizaje del niño es flexible: por un lado, si el responsable considera
que el niño ha tenido una influencia negativa, es su misión educarlo para que
moldee sus primeras impresiones. Si se siente incapaz de hacerlo -o en
realidad, si le da la real gana-, entonces el responsable puede básicamente
evitar que el niño se vea expuesto a esas influencias. Porque para ello tiene
medios legales para hacerlo (y sobre ello volveremos luego).
Y un último
apunte, la educación y los valores que los responsables transmitan al niño, no
serán los dictados por ninguna masa social con voz y moral, sino por los
propios responsables, siempre que se garanticen unos mínimos de civismo que no
hagan imposible la vida en sociedad y se respeten los derechos fundamentales.
No es relativismo de postal, es sentido común. Un responsable es libre de
transmitir al niño que las mujeres son un objeto de deseo, que pegar patadas al
rival demuestra tu fuerza y carácter o que el secreto para el éxito es que te
seleccionen para participar en un reality
show, aunque a muchos nos parezca repugnante. ¿Alguien se imagina que se
dicten normas morales para que los responsables transmitan a los niños adecuadamente? ¿Dónde estaría el límite?
Cada responsable tiene por misión tratar de educar al niño como buenamente
pueda y crea conveniente. El límite, el único que existe, lo marca el estado de
Derecho que se refleja en el marco jurídico en el que estemos.
Todas estas
reflexiones no son gratuitas. Aunque a muchos se les olvide, están amparadas en
la ley. Hasta la mayoría de edad
-límite establecido, por convenio, que distingue a un niño, un menor en
términos jurídicos, de un adulto- la ley nos dice que los niños son
responsabilidad de su padre o de su tutor legal. Por mucho que lea los textos
que rigen el estado de Derecho, en ninguna parte he visto que los niños son
responsabilidad de la factoría Disney, Mourinho o Telecinco. Como mucho, los responsables delegan parte de su
educación en un centro educativo de confianza, en lo que constituye, en primera
instancia, una decisión de los responsables y ya en segunda instancia, del
centro en cómo les educa. Las únicas restricciones, los límites legales a la
educación, los marcan, como ya hemos dicho, principios del estado de Derecho
como el civismo y los derechos fundamentales (los responsables no pueden
enseñar a los niños a violar o a matar a compañeros) y algunos principios, de
índole más socialista, ampliamente aceptados, como la igualdad de oportunidades
(los responsables se ven obligados a garantizarles una enseñanza obligatoria).
En cualquier caso, la figura del responsable, que en términos jurídicos es lo
que se denomina patria potestad, puede ser llevada a juicio por incumplir sus
deberes como ciudadano (en este caso, sus deberes como responsable o tutor
legal) y esto ya dependerá del marco jurídico en el que se le juzgue. Pero en
ningún caso puede pasar que la responsabilidad recaiga en una empresa
cinematográfica, unos profesionales deportivos o los propietarios de una cadena
de televisión, por ejemplo.
Ya tenemos la
idea y su incrustación en el Estado de Derecho, nos falta un aporte científico
que termine de confirmar que toda esta exposición no son habladurías. Esto es,
que el mal en la evolución de un
niño, en su aprendizaje, no le viene de películas de dibujos animados con un
mensaje podrido, deportistas irrespetuosos o dirigentes frívolos e
inconscientes. El mal, la mayoría de
las veces viene de una coyuntura familiar problemática. Y esto desemboca en la
pérdida de la retroalimentación que moldea las ideas que llegan a los niños.
Padres que debido al exceso de horas de trabajo no pueden controlar las
películas de animación que ven sus hijos y el mensaje que ellos perciben,
conflictos serios de ámbito familiar (enfrentamientos en familias
desestructuradas, violencia de género…) que pueden servir para normalizar la
violencia física o psicológica que se ve en el deporte o inestabilidad familiar
que confunda al niño y le haga pensar que lo que ve en la televisión no es
espectáculo, sino tan real como la rocambolesca situación en la que se
encuentra.
Pero vayamos a los datos: Wells & Rankin (1991) presentan los
coeficientes de correlación entre familia disociada y delincuencia de 44
investigaciones. Los resultados de varios estudios denotan que la tasa de
prevalencia de la delincuencia de hijos en las familias disociadas es superior
en un 15% a la de las familias intactas [http://criminet.ugr.es/recpc/05/recpc05-08.pdf,
pag 8]. En este mismo documento, de muy recomendable lectura, aparece la
gráfica siguiente, que representa la prevalencia vida de la delincuencia en
Suiza a principios de los años noventa:
Familias disociadas e intactas y prevalencia vida de la delincuencia
No
significa que una familia disociada sea un factor de riesgo para la
delincuencia, sino que, en familias disociadas, es más probable que hayan
surgido conflictos que dificulten la educación del menor. Animo a cualquier
persona a encontrar datos semejantes que pongan en evidencia la incidencia del
“intolerable peligro” de las influencias en nuestros desguarnecidos niños, de
cómo el sexismo o racismo de las películas de la factoría Disney desembocan en adultos problemáticos, la afición a
los deportes profesionales (como aficionado o como deportista) está
correlacionado con la violencia o cómo el telespectador de Telecinco acostumbra a delinquir en su tiempo libre. Pero que esos
estudios estén libres y no tengan sesgo respecto de las causas reales que
tienen influencia en la educación de los niños. No los encontraréis.
Por mi parte
puedo decir que soy un fan incondicional de las películas de Disney, soy ferviente seguidor del Real
Madrid de Mourinho y Pepe e incluso me he comido algunos Gran Hermano. Y sin ánimo de ser soberbio, no soy machista ni
racista en absoluto, me horroriza la violencia y mi objetivo en la vida no es
ganar un reality show. Se le llama
espíritu crítico, que he adquirido gracias a mi entorno, a mi educación. Porque
he sido un niño. Y cuando lo fui, no existía el proteccionismo de pandereta.